Y por fin llegaron. La noche anterior no podíamos dormir. Imposible. Volvíamos de la Cabalgata ya emocionados. Habíamos visto a Melchor, Gaspar y Baltasar a pocos metros. Los bolsillos llenos de caramelos. Ya las horas nos parecían siglos.
«Si os acostáis temprano vendrán antes».
Mi hermano y yo dejamos como cada año las golosinas para sus Majestades en la mesita, cerca de donde estaba el belén. Justo al lado de los zapatos. Costó mucho pero el cansancio nos ganó.
Y sí, estoy seguro que bastante tarde, durante la madrugada, los escuché llegar y dejar las cajas y bolsas. Fue entre sueños de juguetes maravillosos y camellos cargados de alegría.
Al amanecer, muy temprano, escuchamos a los vecinos de nuestro piso dando gritos de alegría y golpes en el suelo. Era seguro. Estaban ya abriendo los paquetes. Ellos se nos habían adelantado.
Rápido, de un salto, ya estábamos en el salón de la casa. Y ohhhh, ¡allí estaban! Muchas de las cosas que habíamos pedido en la carta estaban repartidas junto a los zapatos relucientes (los habíamos dejado así antes). Abrir paquetes, rasgar el papel de envolver, poner las pilas, ver cómo funcionaban.
En aquellos años no había ni cámaras de video ni smartphones. No hay imágenes en movimiento. Tampoco demasiadas fotos. Quizás alguna que hizo mi padre con su Werlisa. Caras de ilusión y sorpresa. No importa. Las imágenes están en mi memoria. Recuerdos de mucha alegría y alguna decepción. La bici nunca llegó.
Quizás porque en un piso pequeño de tres habitaciones y un cuarto de baño tener dos bicicletas guardadas era casi imposible y sus Majestades lo sabían. Además, la economía de los RRMM no estaba demasiado boyante.
Después a desayunar el Roscón. Siempre sin nata, porque a mi padre no le gustaba y además no se llevaba en aquella época. Y el chocolate. No podíamos parar de comerlo. Que rico. Aún, después de 55 años, sigue siendo mi dulce preferido.
Pero un día de Reyes no está completo si no salías a la calle a disfrutar con tus amigos y vecinos. Camiones y coches teledirigidos, patines y patinetes, muñecas a gogó con sus carritos, fuertes con sus soldados, cartucheras de vaqueros con sus pistolas fulminantes, y claro, bicis los más afortunados. No importaba. Los amigos te la prestaban para que te dieras una «vuelta a la manzana» y eso compensaba.
Recuerdo a mi gran amigo, vecino y compañero de clase Carlos Quesada. Siempre éramos los primeros en vernos en «el portal del bloque». Éramos felices con nuestros juguetes, pero también con los de los amigos, porque se jugaba en grupo. No como ahora, muchas veces pegados a las pantallas y jugando «online» sin salir de tu dormitorio.
Se acababan las vacaciones. Al día siguiente al cole. A contar a los compañeros las navidades y los regalos. Incluso alguno se lo llevaba al aula.
Hoy los más pequeños reciben los presentes en Navidad. Quizás tienen más días para entretenerse con ellos, pero eso nunca tendrá la magia de aquella «Noche de Reyes».
José Antonio Mañas
Comisario del MAE