Se cumplen 120 años del nacimiento de Luis Cernuda (Sevilla, 21 de septiembre de 1902-Ciudad de México, 5 de noviembre de 1963). Acaso no hay en toda la poesía del siglo XX en español, por lo demás tan variada y rica, una autobiografía lírica tan lograda y al mismo tiempo esclarecedora como La realidad y el deseo (1924-1962). Se suele decir, siguiendo a Octavio Paz, autor de uno de los ensayos más penetrantes que se han escrito nunca sobre Cernuda, “La palabra edificante” (1964), que los poetas carecen de biografía, “la biografía de un poeta es su obra”: una suerte de autobiografía velada por símbolos. La de Cernuda se singulariza por el delicado equilibrio reflexivo entre lo que muestra y lo que oculta.

Asimismo, pocas veces un título, de indudables reminiscencias freudianas, ha sintetizado tan certeramente los polos entre los que se debate su vida. El tema que vertebra su obra es esa imposible conciliación entre sus deseos y la realidad. Frente a esta dialéctica, su respuesta es fidelidad a sí mismo, sinceridad, honestidad, independientemente de las costumbres y convenciones sociales de los tiempos. Y en no pocas ocasiones en rebeldía contra estas costumbres y convenciones, en afirmación de sí. La suya es una poesía meditativa (que aprendió como traductor y ensayista de poesía inglesa y alemana, decisiva en su formación), que enlaza con la tradición asimilada y cultivada por Unamuno o Antonio Machado.

Nació en Sevilla. Estudió en la universidad de esta ciudad, donde fue alumno de Pedro Salinas, con el que a lo largo de la vida tuvo desencuentros, pero del que en Historial de un libro. La Realidad y el Deseo (1958) confiesa: “No sabría decir cuánto debo a Salinas, a sus indicaciones, a su estímulo primero; apenas hubiera podido yo, en cuanto poeta, sin su ayuda, haber encontrado mi camino”. Luego se fue a Madrid, ciudad de la que se fue al estallar la guerra civil. Nunca volverá a España. Fue profesor de literatura española en Glasgow (1939-1943), Cambridge (1943-1945) y en el Instituto Español de Londres (1945-1947). Después ejerció en una universidad de Estados Unidos (1947-1952). Desde 1953 hasta 1960 trabajó en México. En este último año viaja a California para dar unos cursos. Y no regresa a México hasta el año de su muerte.

Además de ser un crítico muy agudo, Cernuda cultivó una de las prosas poéticas más cuidadas y logradas del siglo XX en Ocnos y Variaciones sobre tema mexicano. Él soñó con un futuro poeta que recibiera las palabras que engendraba en su soledad. Ha tenido a muchos y muy buenos: Juan Gil-Albert, Octavio Paz, Ricardo Molina, Pablo García Baena, Vicente Núñez, Tomás Segovia, Jaime Gil de Biedma, José Ángel Valente, Francisco Brines, Caballero Bonald, Manuel Mantero, Julia Uceda, Jacobo Cortines, Abelardo Linares, Antonio Carvajal, José Emilio Pacheco, Juan Luis Panero, Luis Antonio de Villena, Jenaro Talens, Guillermo Carnero, Eloy Sánchez Rosillo, Andrés Trapiello, Felipe Benítez Reyes, Luis García Montero, Carlos Marzal, Vicente Gallego, Antonio Rivero Taravillo o Juan Antonio González Iglesias. Con casi toda seguridad es el miembro de la Generación del 27 que mayor influencia ha ejercido en la poesía posterior. Pero por encima de todo persiste la imagen solitaria y rebelde de sí que se desprende de La realidad y el deseo, fiel a sí mismo.

Luis Cernuda

Si el hombre pudiera decir

Si el hombre pudiera decir lo que ama,
Si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo,
dejando sólo la verdad de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero.

Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.

Elegía anticipada

Por la costa del sur, sobre una roca
alta junto a la mar, el cementerio
aquel descansa en codiciable olvido,
y el agua arrulla el sueño del pasado.

Desde el dintel, cerrado entre los muros,
huerto parecería, si no fuese
por las losas, posadas en la hierba
como un poco de nieve que no oprime.

Hay troncos a que asisten fuerza y gracia,
y entre el aire y las hojas buscan nido
pájaros a la sombra de la muerte;
hay paz contemplativa, calma entera.

Si el deseo de alguien que en el tiempo
dócil no halló la vida a sus deseos,
puede cumplirse luego, tras la muerte,
quieres estar allá solo y tranquilo.

Ardido el cuerpo, luego lo que es aire
al aire vaya, y a la tierra el polvo,
por obra del afecto de un amigo,
si un amigo tuviste entre los hombres.

Y no es el silencio solamente,
la quietud del lugar, quien así lleva
tu memoria hacia allá, mas la conciencia
de que tu vida allí tuvo su cima.

Fue en la estación cuando la mar y el cielo
dan una misma luz, la flor es fruto,
y el destino tan pleno que parece
cosa dulce adentrarse por la muerte.

Entonces el amor único quiso
en cuerpo amanecido sonreírte,
esbelto y rubio como espiga al viento.
Tú mirabas tu dicha sin creerla.

Cuando su cetro el día pasa luego
a su amada la noche, aún más hermosa
parece aquella tierra; un dios acaso
vela en eternidad sobre su sueño.

Entre las hojas fuisteis, descuidados
de una presencia intrusa, y ciegamente
un labio hallaba en otro ese embeleso
hijo de la sonrisa y del suspiro.

Al alba el mar pulía vuestros cuerpos,
puros aún, como de piedra oscura;
la música a la noche acariciaba
vuestras almas debajo de aquel chopo.

No fue breve esa dicha. ¿Quién pretende
que la dicha se mida por el tiempo?
Libres vosotros del espacio humano,
del tiempo quebrantasteis las prisiones.

El recuerdo por eso vuelve hoy
al cementerio aquel, al mar, la roca
en la costa del sur: el hombre quiere
caer donde el amor fue suyo un día.

Epílogo

Playa de la Roqueta:
Sobre la piedra, contra la nube,
Entre los aires estás, conmigo
Que invisible respiro amor en torno tuyo.
Mas no eres tú, sino tu imagen.

Tu imagen de hace años,
Hermosa como siempre, sobre el papel hablándome,
Aunque tan lejos yo, de ti tan lejos hoy
En tiempo y en espacio.
Pero en olvido no, porque al mirarla,
Al contemplar tu imagen de aquel tiempo,
Dentro de mí la hallo y lo revivo.

Tu gracia y tu sonrisa,
Compañeras en días a la distancia, vuelven
Poderosas a mí, ahora que estoy,
Como otras tantas veces
Antes de conocerte, solo.

Un plazo fijo tuvo
Nuestro conocimiento y trato, como todo
En la vida, y un día, uno cualquiera,
Sin causa ni pretexto aparente,
Nos dejamos de ver. ¿Lo presentiste?

Yo sí, que siempre estuve presintiéndolo.
La tentación me ronda

De pensar, ¿para qué todo aquellos:
El tormento de amar, antiguo como el mundo,
Que unos pocos instantes rescatar consiguen?
Trabajos de amor perdidos.

No. No reniegues de aquello.
Al amor no perjures.
Todo estuvo pagado, sí, todo bien pagado,
Pero valió la pena,
La pena del trabajo
De amor, que a pensar ibas hoy perdido.

Es la hora de la muerte
(Si puede el hombre para ella
Hacer presagios, cálculos).
Tu imagen a mi lado
Acaso me sonría como hoy me ha sonreído,
Iluminando este existir oscuro y apartado
Con el amor, única luz del mundo.

Peregrino

¿Volver? Vuelva el que tenga,
Tras largos años, tras un largo viaje,
Cansancio del camino y la codicia
De su tierra, su casa, sus amigos,
Del amor que al regreso fiel le espere.

Mas, ¿tú? ¿Volver? Regresar no piensas,
Sino seguir libre adelante,
Disponible por siempre, mozo o viejo,
Sin hijo que te busque, como a Ulises,
Sin Ítaca que aguarde y sin Penélope.

Sigue, sigue adelante y no regreses,
Fiel hasta el fin del camino y tu vida,
No eches de menos un destino más fácil,
Tus pies sobre la tierra antes no hollada,
Tus ojos frente a lo antes nunca visto.

Luis Cernuda

Sebastián Gámez Millán

Sebastián Gámez Millán (Málaga, 1981) es licenciado y doctor en Filosofía por la UMA con la tesis La función del arte de la palabra en la interpretación y transformación del sujeto. Ejerce como profesor de esta disciplina en el IES “Valle del Azahar” (Cártama Estación). Ha sido profesor-tutor de Historia de la Filosofía Moderna y Contemporánea y de Éticas Contemporáneas en la UNED de Guadalajara.

Ha participado en más de treinta congresos nacionales e internacionales y ha publicado más de 200 artículos y ensayos sobre filosofía, antropología, teoría del arte, estética, literatura, ética y política. Es autor de Cien filósofos y pensadores españoles y latinoamericanos (Ilusbooks, Madrid, 2016), Conocerte a través del arte (Ilusbooks, Madrid, 2018) y Meditaciones de Ronda (Anáfora, Málaga, 2020). Ha colaborado con artículos en quince libros, entre los cuales cabe mencionar: Ensayos sobre Albert Camus (2015), La imagen del ser humano. Historia, literatura, hermenéutica (Biblioteca Nueva, 2011), La filosofía y la identidad europea (Pre-textos, 2010), Filosofía y política en el siglo XXI. Europa y el nuevo orden cosmopolita (Akal, 2009). Ha ejercido de comisario y escrito para numerosas exposiciones de artes.

Escribe habitualmente en diferentes medios de comunicación (Descubrir el Arte, Café Montaigne. Revista de Artes y Pensamiento, Homonosapiens, Claves de Razón Práctica, Cuadernos Hispanoamericanos, Sur. Revista de Literatura…) sobre temas de actualidad, educativos, filosóficos, literarios, artísticos y científicos. Le han concedido cinco premios de ensayo, cuatro de poesía y uno de micro-relatos, entre ellos el premio de Divulgación Científica del Ateneo-UMA (2016) por Un viaje por el tiempo, y la Beca de Investigación Miguel Fernández (2019, UNED) por Cuanto sé de Eros. Concepciones del amor en la poesía hispanoamericana contemporánea, que debe ver la luz a finales de 2020.