Los libros son, entre otras muchas cosas, una pieza clave de nuestro ocio y entretenimiento.

También una herramienta insustituible para nuestra formación y aprendizaje. Y, en ocasiones, una poderosa palanca de autoayuda.

Sin duda, se trata de un elemento de apoyo y desarrollo mental de primer orden. Un objeto corriente, cotidiano que nos ha acompañado desde que éramos niños hasta nuestra madurez y al que a veces no hemos dado la relevancia que merece.

De entre todos, los libros de texto ocupan un lugar muy especial. Formaron parte de nuestra infancia. Con ellos aprendimos a leer. Nos abrieron una ventana maravillosa para descubrir el mundo que nos rodeaba.

Durante nuestra adolescencia y juventud también fueron nuestro salvavidas cuando estudiábamos asignaturas más o menos difíciles de nuestro currículo académico. El medio perfecto para avanzar y crecer.

Por fin, durante los estudios universitarios, y para los que tuvimos esa oportunidad, nos sirvieron para entender a algún profesor demasiado críptico y aprobar asignaturas «hueso».

Nos descifraron los conceptos de la filosofía, nos llevaron a mirar con otros ojos el arte, a comprender cada hecho de la historia, a mejorar nuestra lengua, a conocer el pensamiento y las aventuras de los clásicos de la literatura, y a viajar con la imaginación por los confines del mundo.

Cada lección, cada materia recogida en sus páginas, cada fórmula matemática o física representada en sus esquemas nos ayudaron a superar un reto.

Son una parte de nuestra vida.

¿Pero qué pasó con ellos cuando esos momentos pasaron?

Algunos quedaron olvidados en los viejos estantes de nuestro cuarto. Quizás en un baúl cerrado. Más que nada porque les guardamos cariño. Duermen un sueño aletargado. Sólo cuando en alguna película o serie de TV nos narran algo olvidado decimos … esto estaba en mi libro de … y rápidamente recurrimos a ellos para solucionar el dilema.

Podemos afirmar que la memoria fotográfica de nuestros conocimientos está en su interior … si acaso los conservamos … y siempre podremos recurrir a este último flotador en vez de al tan «manido» buscador de internet, oráculo de las nuevas generaciones y, por qué no decirlo, de la sociedad de nuestros días en general.

Otros muchos tuvieron peor suerte y acabaron en un contenedor de reciclaje pensando que ya no serían nunca más de utilidad.

Eso no es así. ¿Por qué? Vamos a intentar aclararlo.

Muchas personas no lo saben, pero conservan un tesoro entre sus páginas.

No, no hablo de algún billete de curso legal olvidado en su interior ni de una fotografía de un ser querido o de un cromo de aquel álbum que no lograste nunca rellenar.

Hablo de sentimientos, de retazos de nuestra memoria que quedaron cosidos a aquellas páginas como si fuera con imperdibles.

Volver a hojear esos textos pasados los años es un verdadero placer. Es un viaje en el tiempo a momentos más o menos felices de nuestra vida. En los que éramos más jóvenes, quizás mucho más jóvenes.

Momentos en los que teníamos proyectos, ilusiones, dudas. Quizás recuerdos agradables … o quizás no. Tal vez sean penosos por sinsabores vividos. Pero no nos olvidemos de que todos ellos forman parte de nuestras historias personales.

El Museo Andaluz de la Educación queremos que sea un lugar de descanso para ellos.

Pobres … ¿Qué culpa tienen?

Tras muchos años de trabajo y servicio se merecen no acabar abandonados.

Allí pasarán a tener una vida tranquila, contemplativa, descansada, casi de lujo. Se conservarán junto a otros de su misma editorial o de otras amigas, reunidos por la misma edad, agrupados por materias de su cuerda. Y de vez en cuando saldrán a lucirse en exposiciones temáticas o en programas de TV. Los más raros y especiales serán motivo de vitrina para dar ejemplo, prestigiar sus materias y dar vigor a su editorial (aunque ya haya desaparecido). Y siempre, siempre, a su época y a su pasado.

Sin duda, sabemos que formaron parte de las historias personales de Juan, Ana, Pepe o Luisa, pero también de la Historia con mayúsculas de la Educación de las generaciones que nos precedieron.

Merecen ser conservados y tratados con respeto y cariño. Por profesionales que les den un nuevo futuro.

Los conocerán los chicos y chicas del siglo XXI. Nuestros jóvenes verán cómo ha cambiado el mundo en general y el de la educación en particular.

Servirán para que nuestros universitarios trabajen con ellos, explorando sus contenidos. Siempre con respeto. Con delicadeza. Porque son ancianos o ¿antiguos? (… no lo sé muy bien …). Les contarán a las nuevas generaciones sus secretos y sus historias. Hechos, cosas, lugares. Tal como fueron y pasaron en su momento. Imágenes de realidades congeladas en el tiempo.

Y por fin llevará a momentos de nostalgia a aquellas personas que los perdieron hace décadas y que ahora, por unos momentos, podrán volver a revivir esos sentimientos de su infancia o adolescencia.

No los tires. Tráelos al MAE.

El MAE no es un asilo … es una guardería. Los libros siempre serán jóvenes. Tienen una segunda juventud en los museos. No envejecen porque son eternos. Somos nosotros los que sin apenas darnos cuenta seguimos avanzando en el tiempo.

Acércate al MAE. Conócenos, investiga y disfruta.

José A. Mañas

 Comisario del MAE (Museo Andaluz de la Educación)

Alhaurín de la Torre (Málaga)