Si volvieran a nacer hoy algunas de las precursoras del feminismo, entendido como la corriente de emancipación y progresivo logro de la igualdad entre hombres y mujeres, y entre las que cabe mencionar a Olimpia de Gouges, Mary Wollstonecraft, Flora Tristán o Harriet Taylor, entre otras, no podrían imaginar el espacio que se ha conquistado desde su época a nuestros días, y comprobarían con alegría y esperanza que sus sueños no se han desvanecido, sino que se han multiplicado y ramificado por el planeta.
De hecho, la primera de ellas, autora de Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana (1791), que sostuvo que “los derechos naturales de la mujer están restringidos por la tiranía del hombre, situación que debe ser reformada según las leyes de la naturaleza y la razón”, fue guillotinada. Puede que algunas mujeres sean a estas alturas asesinadas en sociedades tecnológicamente más avanzadas por reivindicar la plena igualdad de derechos entre hombres y mujeres, a pesar de que no es sino reclamar algo que es de evidente justicia. Pero este fenómeno por fortuna será cada vez más excepcional, y la marcha por la plena igualdad de los derechos de hombres y mujeres es imparable.
Sabemos que la historia no es una línea que asciende y progresa de manera continua, como se la ha representado comúnmente al menos desde la Ilustración; sabemos que la historia carece de fines y de metas, que no la mueven los seres humanos conforme su voluntad, aunque sin duda podamos esforzarnos por enderezar su rumbo siempre a punto de torcerse; que es azarosa y contingente y, por lo tanto, imprevisible. Pero se presiente en el aire que respiramos que no está lejos el día que se conquistará esa plena igualdad entre mujeres y varones. Luego tendremos que luchar por sostener lo conquistado, que requiere más esfuerzo del que a menudo imaginamos.
La clave de la pregunta se encuentra en el término “utópica”. ¿De qué hablamos cuando hablamos de algo “utópico”? Debido a las no pocas y nefastas experiencias históricas y políticas en torno a lo “utópico”, en el siglo XX se ha convertido en sinónimo de “inalcanzable”, cuando no “desafiante”, “amenazador”, “peligroso”. Hasta tal punto que en las últimas décadas proliferan más “disutopías” o, si se prefiere, “distopías” narrativas y cinematográficas que utopías, lo que es sintomático de que necesitamos anticipar imaginariamente lo que está porvenir para actuar con mayor sentido de la realidad y de la responsabilidad.
Sin embargo, el término “utopía” es más rico y contiene otros significados que son inseparables de la condición humana, puesto que como argumentaría uno de los pensadores que lo ha reivindicado con mayor fuerza en el siglo XX, Ernst Bloch, “nada es más humano que traspasar lo que existe”. Basta con asomarse a la historia para demostrar esta afirmación y, dentro de la historia, a la historia de cada disciplina. En este sentido, el ser humano es un ser fronterizo, un ser, como diría Platón, con un pie hincado en la realidad y otro no se sabe dónde.
Es bien sabido que en 1516 se publicó Utopía, de Tomás Moro, que acuñó esa nueva voz del título a partir de la lengua griega con la que designará un género literario-filosófico que no abandonará la imaginación de los seres humanos. Etimológicamente, significa “no lugar, algo que no existe”. Pero el término también deriva de “eutopía”, que se entiende como “buen lugar”. Por lo tanto, es un espacio social que no existe, pero que puede llegar a existir con la voluntad de mejorar la vida humana.
¿Podría existir la plena igualdad entre mujeres y varones? Si echamos la vista atrás y miramos de dónde venimos, comprobaremos que por cada gran científica, digamos Marie Curie o Rita Levi-Montalcini, hay numerosos científicos grandes, como Einstein, Newton o Darwin…; que por cada gran pensadora, pensemos en Simone Weil, Hannah Arendt o María Zambrano, contamos con muchos más grandes pensadores, como Aristóteles, Kant, Marx, Nietzsche, Wittgenstein o Heidegger; que por cada gran escritora, pongamos Teresa de Jesús, Virginia Woolf o Wislawa Szymborska, hay muchísimos más grandes escritores, como Cervantes, Shakespeare, Joyce, Kafka, Proust…; que por cada gran mujer artista, digamos Hilma af Klint o Frida Kahlo, hay muchísimos más grandes artistas, como Leonardo, Miguel Ángel, Velázquez, Van Gogh, Picasso…
Se preguntarán acaso, ¿es que no somos iguales? En honor a la verdad, por naturaleza no somos exactamente iguales, y no sólo por lo que muchos imaginan. Los hombres y las mujeres no sólo se diferencian en sus cromosomas sexuales, su aparato genital y su conducta reproductiva. También nos diferenciamos en la fuerza muscular y en la velocidad que podemos alcanzar corriendo, así como en algunos aspectos del cerebro: las mujeres tienen el hipocampo y el córtex frontal más grande. En cambio, tienen la amígdala más pequeña y producen 52% de serotonina menos que los hombres…
Pero estas diferencias biológicas, en suma insignificantes, y por supuesto insuficientes para sostener que “los hombres son superiores a las mujeres”, no justifican las enormes desigualdades sociales entre hombres y mujeres. George Steiner ha mantenido que las mujeres, dotadas por naturaleza de la milagrosa capacidad de dar vida, no tienen las desmedidas ambiciones de los hombres. Aunque pueda contener una visión natural cierta, es un argumento de un conservadurismo insostenible, ya que las mujeres, de acuerdo con Simone de Beauvoir, “no nacen; se hacen”. Y por tanto los proyectos de vida de las mujeres, al igual que los de los hombres, no están dictados por la naturaleza, sino que son muy diversos.
La principal causa de estas injusticias está vinculada a una ideología que ha dominado la historia, el machismo, una forma de pensar y actuar que ha dividido a la humanidad: mientras que para los hombres han sido los trabajos bien remunerados y reconocidos, las mujeres han permanecido en la sombra, cuidando la casa, los hijos o los demás miembros de la familia… De tal manera, además, que muchos hombres que han destacado en sus campos lo han podido hacer gracias a que las mujeres estaban ahí, en la sombra, invisibles, pero sin embargo sosteniéndolo casi todo…
Así, en el siglo XVII, una de las mejores escritoras de nuestro idioma, Sor Juana Inés de la Cruz, convencía a su madre de que la disfrazara de hombre para poder ir a la universidad, ya que las mujeres no podían; en el siglo XIX, Fanny Mendelssohn creaba composiciones musicales que luego su padre se las atribuía a su hermano; todavía a mediados del XX, Rosalind Franklin descubrió la Fotografía 51, una muestra clara de la estructura de doble hélice del ADN, pero este hallazgo se le atribuyó a James Watson, que junto con Francis Crick, obtuvo el reconocimiento del Premio Nobel de Medicina en 1962… La lista de historias similares es interminable. ¿Quieren ustedes seguir repitiendo la historia?
Como seres humanos, no sólo tenemos la oportunidad de aprender, sino también el deber de llegar a ser personas libres y responsables. Y para ser personas con estos valores se requiere tratarnos como fines y no como medios, respetar a los otros como merecen ser respetados, trazando la debida simetría y reciprocidad, acaso los fundamentos de la conducta ética. En una sociedad libre y justa, como la que todos esperamos y debemos esforzarnos en construir, cada individuo debe ser juzgado únicamente por sus acciones y por sus méritos, independientemente de su sexo o sexualidad.
Es conveniente de-construir todo aquello que contribuya a mantener y fomentar las asimetrías y desigualdades que se asientan sobre las estructuras patriarcales: desde el logos petrificado en el habla y que impregna el ambiente en el que vivimos, contaminándolo, hasta las leyes, normas, valores, costumbres…en suma, todo aquello que impida la plena igualdad. En efecto, por los prejuicios que podemos arrastrar, lo idóneo sería que no viéramos a varones y mujeres, sino a personas. De este modo ayudaremos a que todos podamos desarrollarnos, lo que ampliará nuestras libertades.
No obstante, tenemos que ponerlo adecuadamente en práctica para liberarnos de esa ideología que ha dividido a la humanidad. Uno de los hitos sociales más importantes del siglo XX, si no acaso el más relevante, fue la progresiva emancipación laboral de las mujeres. Pero una de las utopías de nuestros tiempos consiste justamente en completar ese giro de la igualdad entre hombres y mujeres. ¿Quieren ustedes que sigan ocurriendo estas desigualdades e injusticias? ¿Para cuándo entonces una ley que impida distribuir los salarios en función de los sexos?
El 8 de marzo de 2018 fue y será un día memorable: un grito unánimemente compartido en manifestaciones masivas de las calles de España como pocas veces ha tenido lugar. Pero hasta que no se materialice institucional y legalmente la igualdad plena y efectiva, cosa que también depende de la cultura y la educación de los ciudadanos, no debemos desistir y creer que ya se ha conquistado. Precisamente estamos en el momento de mantener audacia y sentido de la oportunidad para completar el giro hacia esa deseada y, por encima de todo, justa igualdad.
Las leyes y las instituciones, después y antes que los valores y las costumbres, desempeñan funciones esenciales, puesto que contribuyen a moralizar a los individuos. Por ello es conveniente cuanto antes que las leyes se adapten y proyecten una plena igualdad en la que no se distinga entre hombres y mujeres o, por lo menos, no se discrimine o excluya en razón de su sexo o sexualidad. De este modo contribuirá a moralizar a los ciudadanos que todavía se resisten a estar a la altura de los tiempos.
No hay justicia sin igualdad, y las mujeres siguen cobrando menos, realizando trabajos menos reconocidos, ocupando menos puestos de dirección y poder, siendo menos escuchadas y visibles en la esfera pública y, en definitiva, teniendo menos oportunidades de desarrollarse como seres humanos… ¿Quieren ustedes consentir que esta historia interminable continúe o prefieren participar en la conquista de la otra parte de la humanidad que ha sido ensombrecida? Pongámonos manos a la obra, completemos el giro hacia la plena igualdad entre hombres y mujeres.
Aún no podemos saber con certeza si será utópica esta plena igualdad, pero mientras no se logre no podemos hablar propiamente de igualdad, justicia o dignidad, y esto es algo que debe indignarnos y motivarnos a seguir luchando para conquistarlo. Después y siempre habrá otros sueños por los que seguir luchando, pero será en un planeta más humano, igualitario, justo y digno para sus habitantes y las futuras generaciones. Y el sueño de mujeres como Olimpia de Gouges, Mary Wollstonecraft, Flora Tristán, Harriet Taylor… y una lista interminable, no habrá sido tampoco en vano.
Sebastián Gámez Millán
Sebastián Gámez Millán (Málaga, 1981) es licenciado y doctor en Filosofía por la UMA con la tesis La función del arte de la palabra en la interpretación y transformación del sujeto. Es jefe del Departamento de Filosofía del IES Valle del Azahar (Cártama). Ha sido profesor-tutor de Historia de la Filosofía Moderna y Contemporánea y de Éticas Contemporáneas en la UNED de Guadalajara. Desde noviembre de 2022 es vocal de la Asociación de Filosofía de Andalucía (AAFI) por Málaga. Y en junio de 2023 elegido Director de Sur. Revista de Literatura.
Ha participado en más de treinta congresos nacionales e internacionales y ha publicado más de 440 artículos y ensayos sobre filosofía, antropología, teoría del arte, estética, literatura, ética y política. Es autor de Cien filósofos y pensadores españoles y latinoamericanos (Ilusbooks, Madrid, 2016), Conocerte a través del arte (Ilusbooks, Madrid, 2018), Meditaciones de Ronda (Anáfora, Málaga, 2020), Cuanto sé de Eros. Concepciones del amor en la poesía hispanoamericana contemporánea (UNED, Madrid, 2022) y Metamorfosis de Picasso (Galería Benedito, 2023). Ha colaborado con artículos y prólogos en más de 20 libros, entre los cuales cabe mencionar: Ensayos sobre Albert Camus (2015), La imagen del ser humano. Historia, literatura, hermenéutica (Biblioteca Nueva, 2011), La filosofía y la identidad europea (Pre-textos, 2010), Filosofía y política en el siglo XXI. Europa y el nuevo orden cosmopolita (Akal, 2009). Ha ejercido de comisario de la exposición “Cristóbal Toral: una aventura creadora” (2022), en el Centro de Arte Contemporáneo de Málaga y “Pedro Escalona: el presente del pasado” (2024), en la Colección Museográfica de Cártama.
Escribe habitualmente en diferentes medios de comunicación (Descubrir el Arte, Café Montaigne. Revista de Artes y Pensamiento, Cuadernos Hispanoamericanos, Claves de Razón Práctica, Homonosapiens, Sur. Revista de Literatura, Diario Sur, MAE (Museo Andaluz de la Educación)…) sobre temas de actualidad, educativos, filosóficos, literarios, artísticos y científicos. Le han concedido cinco premios de ensayo, cuatro de poesía y uno de microrrelatos, entre ellos el premio de Divulgación Científica del Ateneo-UMA (2016) y la Beca de Investigación Miguel Fernández (2019).