Aunque el calor en nuestra ciudad suele prolongarse más allá del final del verano meteorológico malagueño, ya desde mediados de septiembre toca empezar a prepararse para la vuelta al cole. Han pasado casi tres meses de ocio y diversión.

Siempre nos supieron a poco. Ahora y antes. Estemos en los años 70, a finales de los 90 del pasado siglo XX o en esta nueva sociedad de la tercera década del siglo XXI, las rutinas y prolegómenos en estas fechas son parecidos.

Sensaciones diversas.

Primero la tristeza que producía ver cómo corrían los días de septiembre hacia la meta del principio del curso escolar. Se acabó la fiesta.

También los nervios y la incertidumbre de averiguar cómo iba a ser el profesorado, el aula para el próximo curso o saber si habrá o no nuevos compañeros en clase.

Y por supuesto, y ya metidos en materias, conocer si las matemáticas, la lengua o la historia nos darían demasiado castigo durante el año. No digamos el latín. Suerte que siempre nos quedó el comodín de la gimnasia.

Esa rutina que se repetía y se repite anualmente, mezcla la melancolía de abandonar el «dolce far niente» de los meses veraniegos, la alegría de volver a encontrarnos con los amigos del colegio o del instituto, la ilusión de preparar todo el material y el vestuario para iniciar una nueva «campaña», con la sensación de que ha pasado un año más.

Ayer igual que hoy creo que esas rutinas siguen intactas.

De entre los entrañables momentos mágicos de ese tiempo, y que sin duda todos hemos vivido, había uno muy, muy especial.

Comprar los libros de texto para el próximo curso. Era un ritual que siempre nos llevó a la papelería de «confianza».

En mi caso mi padre era fiel a la Papelería Librería DENIS en Málaga capital. Una tienda única y diferente. Un paraíso para los escolares. Hace muchos años que cerró, pero aún conservo en mi memoria su gran mostrador, sus estanterías llenas de material y sus dependientes tan solícitos entrando y saliendo constantemente a la trastienda en busca de los pedidos.

En el de mi hija, muchos años más tarde, ya en el papel de padres, fue Papelería LA PLAZA en Alhaurín de la Torre. Un clásico en esta localidad.

Supongo que cada cual elegía algún comercio cercano a casa, como hemos mencionado de «confianza», con personas que les atendieran con amabilidad, cercanía y profesionalidad. Siempre fue un rito maravilloso que normalmente tan solo vivíamos una vez cada año.

El olor de los libros nuevos, sus atractivas portadas multicolor, sus ilustraciones, los nuevos contenidos tan interesantes que aparecían al hojearlos.

Además, la selección del inacabable repertorio de accesorios y útiles de papelería que los acompañaban, y que lo hacen aún hoy, en esa maravillosa lista de la compra escolar.

Siempre será un misterio para mí la razón por la cual nunca nos sirvieron los del curso anterior.

O no.

Quizás fue porque a todos los niños y niñas siempre nos ha hecho ilusión estrenar lápices de colores de las cajas ALPINO, rotuladores intactos de CARIOCA, cuadernos de doble raya ANCLA con las tablas de multiplicar en el reverso, o las de la firma OXFORD, blocs de dibujo SENATOR, ceras MANDLEY, o años más tarde un buen portabloc de anillas con sus hojas de recambio intactas.

Para completar el lote por supuesto un estuche (antes de madera de dos pisos y después de colorines y formas diversas), una buena caja de compases (en mi época las mejores eran las de EDE) y, como no, la cartera, maleta o carrito según la época histórica corriente.

Parece que en eso no hemos cambiado demasiado.

Ah… y se pagaba en «pesetas». ¡Qué locura! Creemos que ha pasado un milenio pero son apenas unos años.

Tras ese primer envite ya estábamos equipados y listos para empezar el desafío.

Después el primer madrugón.

Parecía imposible que tras días y días de levantarse tarde el cuerpo pudiera reaccionar y ponerse en marcha. Una odisea. Comparable con alguno de los fabulosos trabajos de Hércules.

No importaba. Como decía aquella película de Rambo… «no hay dolor».

Por fin el reencuentro. Todas las penurias pasadas la noche anterior y esa misma mañana se daban por buenas. Tus compañeros y compañeras, con las mismas caras de sueño que tú, estaban allí.

Momento de compartir las aventuras pasadas, los detalles de los viajes realizados, de las fiestas vividas. Quizás de otros lugares y otras personas que entraron para siempre a formar parte de nuestra memoria.

Todo antes de empezar con la rutina cotidiana.

Uf…. Ya queda menos para las vacaciones de Navidad.