La identidad humana no se reduce a ninguno de los múltiples aspectos de los que se compone, en proceso mientras vivimos.
Quienes defienden que Picasso no sabía pintar desconocen su evolución y juzgan el todo por la parte –disponiendo quizá en su imaginario de algunas de sus imágenes más icónicas, como Guernica o Les demoiselles D`Avignon–, prejuicio y procedimiento que no es infrecuente. Con tan sólo 15 años dibuja tan bien como su admirado Velázquez, como puede apreciarse en Primera Comunión (1896) o, aún mejor, en Ciencia y caridad (1897), donde hay mayor dominio de la composición, el espacio y la profundidad, con la que paradójicamente acabará luego, rasgo que se convertirá en una de las peculiaridades de parte de la pintura posterior.
Ahora bien, si Picasso hubiera seguido pintando tan bien, dentro de los cánones del realismo y el naturalismo, hubiera sido un pintor extraordinariamente dotado desde un punto de vista técnico, como tantos otros, pero no hubiera pasado a la historia del arte. Tres son las principales razones por las que Picasso se incorpora a esta: por el descubrimiento del cubismo, el ensamblaje y el collage, y de estos últimos se deriva el constructivismo, métodos cada uno de ellos que transformarán el arte del siglo XX y XXI.
¿Qué introduce el cubismo? Aplicar múltiples puntos de vista simultáneos sobre un fenómeno, en la línea del perspectivismo (Nietzsche, Ortega y Gasset) y la teoría de la relatividad (Einstein). A simple vista parece que Les Demoiselles d`Avignon la podría pintar cualquiera, pero deconstruir y liberarse de las formas y de la perspectiva que desde el Renacimiento rige la representación de los fenómenos de la realidad resulta sumamente complejo. Un privilegio que sólo alcanzan de tarde en tarde algunos genios. Según la definición de Kant: “genio es el talento que da la regla al arte”, lo que está porvenir. Esta pintura de 1907 abre las puertas del cubismo, la primera corriente vanguardista y, a juicio del crítico Clement Greenberg, la más radical e innovadora. Tras ella vienen las demás vanguardias, que rompen con las formas y recursos de crear arte como acaso nunca en la historia ha tenido lugar.
Según algunos críticos, “Les Demoiselles d`Avignon de Picasso ha adquirido una categoría mítica: es un manifiesto, un campo de batalla, un heraldo del arte moderno. Plenamente consciente de que estaba creando una obra importante, Picasso lo puso todo en su elaboración: todas sus ideas, toda su energía, todos sus conocimientos. Sabemos ahora que es uno de los lienzos `más trabajados´ de la historia, y se presta la atención debida a los 16 cuadernos de bocetos y numerosos estudios en diversos medios que Picasso dedicó a su factura, sin contar los dibujos y las pinturas producidas inmediatamente después de la obra, en los que Picasso siguió explorando toda una gama de caminos abiertos por esta pintura”.
Además de una de las piezas más trabajadas de la historia por la cantidad de dibujos, bocetos, ensayos… Picasso experimentó y canibalizó diversas corrientes y estilos, como la escultura ibérica arcaica –en marzo de 1907 adquirió dos esculturas ibéricas, compradas a Géry-Pieret, secretario de Apollinaire, que las había robado en el Louvre– que le había ayudado a concluir su Retrato de Gertrude Stein (1906); el arte africano, que había visto en junio de 1907 en el Musée d`Etnographie du Trocadéro, así como algunos maestros del arte moderno y contemporáneo: El Greco, Cézanne, Matisse, Ingres, Manet, Gauguin… De aquí cabe extraer dos enseñanzas: no hay genio sin trabajo, sea más o menos visible y gozoso, y tampoco sin un profundo conocimiento de las tradiciones que nos preceden y nos conforman, y que el genio abre.
¿Qué hay en común entre el cubismo y las identidades múltiples? Con el descubrimiento del cubismo Picasso aplicó una multiplicidad de perspectivas simultáneas sobre los diferentes fenómenos que nos rodean, incluidos los rostros de Les demoiselles D`Avignon. Empleado por el economista y filósofo Amartya Sen, Premio Nobel 1998, el concepto “identidades múltiples” pone de manifiesto que la identidad humana no se debe reducir a uno de sus aspectos, a riesgo de incurrir en discriminaciones y exclusiones. Por esta razón el cubismo puede servirnos para recordarnos que desde un punto de vista formal la identidad humana no se reduce a ninguno de los múltiples aspectos de los que se compone, en proceso mientras vivimos.
En esta época de cancelaciones e intolerancia, cuando escuchemos: “racista”, “xenófobo”, “feminista”, “machista”, “islamófobo”, “anti- sionista”… más allá de que sea o no correcto el uso del término, no caigamos en la tentación cada vez más irresistible de cancelar a las personas ni lo que estas argumentan bajo esta falacia ad hominem, por el bien de la conversación pública y de la democracia, que descansa sobre el pluralismo axiológico e ideológico, realmente imprescindibles para progresar de verdad.
Sebastián Gámez Millán