Cada 23 de abril se celebra el día internacional del libro, pero conviene no perder de vista que aunque los libros son importantes para la formación y educación de las personas, lo decisivo son los lectores. ¿Quién hace a quién, el libro al lector o el lector al libro? Una vez más se trata de una relación recíproca, aunque si tuviera que decantarme por una de las dos hipótesis me inclino a pensar que el lector es más determinante. Del mismo que no es tan crucial qué leemos, sino más bien cómo, qué retengamos y a qué lo apliquemos.
Uno de los lectores más extraordinarios del siglo XX fue Franz Kafka (1883- 1924), a su vez uno de los escritores más innovadores y relevantes de la literatura del siglo pasado, del que justamente este año se cumple un siglo de su muerte. No es casual: el escritor es inconcebible sin el lector que habita en él. Walter Benjamin indicó que para entender el mundo de Kafka “no hay que perder de vista su manera de leer”. Con menos de 20 años, el 27 de enero de 1904, le escribió una carta a su amigo Oskar Pollack en la que podemos leer:
“A mi juicio, sólo deberíamos leer libros que nos muerden y nos piquen. Si el libro que estamos leyendo no nos despierta de un puñetazo en la crisma, ¿para qué lo leemos? ¿Para que nos haga más felices, como tú escribes? Dios mío, también podríamos ser felices sin tener libros y, dado el caso, hasta podríamos escribir nosotros mismos los libros que nos hicieran felices. Sin embargo, necesitamos libros que surtan sobre nosotros el efecto de una desgracia muy dolorosa, como la muerte de alguien al que queríamos más que a nosotros, como un destierro en bosques alejados de todo ser humano, como un suicidio; un libro ha de ser un hacha para clavarla en el mar congelado que hay dentro de nosotros”.
Kafka no empleaba muchas metáforas, pero esta última imagen es exacta: la lectura puede despertar en nosotros aspectos que permanecían dormidos. ¿Qué es la sensibilidad sino nuestra capacidad de reaccionar ante cualquier fenómeno de la realidad? Digamos que se percibe en la medida en que poseemos sensibilidad hacia algo y, aún más, que nuestras respuestas ante los otros y el mundo dependen de nuestra sensibilidad adquirida y desarrollada.
La visión de la lectura de Kafka aquí se opone a dos de las cuestiones que más me preocupan desde hace algún tiempo. Por un lado, el sesgo de confirmación de nuestras ideas a la hora de consumir información, arte, cine, literatura…Es decir, la tendencia a buscar casi exclusivamente aquello que confirma nuestras ideas. Y si es así, ¿quién puede distinguir si son nuestras ideas o nuestros prejuicios? Como consecuencia de lo anterior y de estar enredados en oposiciones binarias de identidades excluyentes, andamos ensimismados, cada vez más lejos de los otros. Y es bien sabido que no hay nosotros sin los otros: no hay mismidad sin alteridad.
Además de confirmación de sí, la dialéctica de la lectura implica la ruptura consigo mismo. Esto sucede cuando la lectura y el arte poseen el poder de cuestionarnos, ponernos en tela de juicio. Si no fuera de este modo, ¿cómo podríamos autocriticarnos y madurar? Sencillamente no llegaríamos a ser lo que somos. En una línea que coincide con la ética de Kant en la anterior carta Kafka sitúa la humanidad por encima de la felicidad, o por lo menos si esta no se encuentra vinculada con la responsabilidad. En el mundo en el que actualmente vivimos con demasiada frecuencia los cantos de sirena de los placeres hedonistas, que tantas veces nos condenan a permanecer en la minoría de edad, nos embaucan y perdemos de vista los fines. Por ello necesitamos libros como hachas clavados en el mar congelado que hay en nosotros.
Otro amigo de Kafka que lo vio leyendo en su escritorio dijo que le recordaba la figura Un lector de Dostoievski, del pintor expresionista Emil Filla, donde el lector parece haber caído en trance leyendo un libro que todavía sostiene con una mano. Si la lectura no nos altera, ¿cómo puede transformarnos? Y si no puede cambiarnos, como pedía Rilke en el soneto “Torso de Apolo arcaico”, ¿para qué el arte? ¿Para entretenernos, para jugar y evadirnos mientras llega la muerte? Sin embargo, la ironía de Kafka, como la de algunos de sus más sabios lectores en nuestra lengua –pienso en Borges, Monterroso, Ferlosio, Aira…– es tan ambigua que no se sabe a ciencia cierta si sufren o simplemente sonríen. La existencia humana posee al menos esta doble perspectiva trágica y cómica. ¿De qué depende que nos inclinemos hacia una u otra? ¿Acaso la vida no depende de cómo la leemos?
Sebastián Gámez Millán
Sebastián Gámez Millán (Málaga, 1981) es licenciado y doctor en Filosofía por la UMA con la tesis La función del arte de la palabra en la interpretación y transformación del sujeto. Es jefe del Departamento de Filosofía del IES Valle del Azahar (Cártama). Ha sido profesor-tutor de Historia de la Filosofía Moderna y Contemporánea y de Éticas Contemporáneas en la UNED de Guadalajara. Desde noviembre de 2022 es vocal de la Asociación de Filosofía de Andalucía (AAFI) por Málaga. Y en junio de 2023 elegido Director de Sur. Revista de Literatura.
Ha participado en más de treinta congresos nacionales e internacionales y ha publicado más de 440 artículos y ensayos sobre filosofía, antropología, teoría del arte, estética, literatura, ética y política. Es autor de Cien filósofos y pensadores españoles y latinoamericanos (Ilusbooks, Madrid, 2016), Conocerte a través del arte (Ilusbooks, Madrid, 2018), Meditaciones de Ronda (Anáfora, Málaga, 2020), Cuanto sé de Eros. Concepciones del amor en la poesía hispanoamericana contemporánea (UNED, Madrid, 2022) y Metamorfosis de Picasso (Galería Benedito, 2023). Ha colaborado con artículos y prólogos en más de 20 libros, entre los cuales cabe mencionar: Ensayos sobre Albert Camus (2015), La imagen del ser humano. Historia, literatura, hermenéutica (Biblioteca Nueva, 2011), La filosofía y la identidad europea (Pre-textos, 2010), Filosofía y política en el siglo XXI. Europa y el nuevo orden cosmopolita (Akal, 2009). Ha ejercido de comisario de la exposición “Cristóbal Toral: una aventura creadora” (2022), en el Centro de Arte Contemporáneo de Málaga y “Pedro Escalona: el presente del pasado” (2024), en la Colección Museográfica de Cártama.
Escribe habitualmente en diferentes medios de comunicación (Descubrir el Arte, Café Montaigne. Revista de Artes y Pensamiento, Cuadernos Hispanoamericanos, Claves de Razón Práctica, Homonosapiens, Sur. Revista de Literatura, Diario Sur, MAE (Museo Andaluz de la Educación)…) sobre temas de actualidad, educativos, filosóficos, literarios, artísticos y científicos. Le han concedido cinco premios de ensayo, cuatro de poesía y uno de microrrelatos, entre ellos el premio de Divulgación Científica del Ateneo-UMA (2016) y la Beca de Investigación Miguel Fernández (2019).