EL PROYECTOR DE DIAPOSITIVAS
Hay veces que nuestro subconsciente nos dibuja una sonrisa infantil al recordar nuestro paso por el colegio. Recuerdos de una infancia que te marcan, que te dejan un dulce sabor de boca y que te hacen sentir nostalgia de aquellas tardes de escuela en las que el aprender se convertía, sin saber cómo, en una «fiesta».
Y es que la escuela a veces era un rollo, casi todos los días la misma rutina, el mismo profesor que cambiaba de tema pero no de tono, los deberes, las cuentas, los dictados interminables… A veces la monotonía podía invadirte, aunque en mi caso había tres cosas que me encantaban y que rompían radicalmente con ella. Os las cuento.
Los días que tocaba deporte, que no eran como ahora que están marcados en el horario. En mi época no era una asignatura, el deporte se hacía cuando el profesor una tarde tenía ganas de fumarse un cigarro y nos echaba al patio a dar carreras y poco más. Lo de la Educación Física en mi caso no llegó hasta la «segunda etapa», pero bueno, de esto hablamos otro día. El segundo hito era hacer el corro de preguntas, que también recordaremos juntos en otra ocasión.
La tercera situación que me hacía romper con la rutina era ese día en el que el profesor se acordaba de que había un proyector de diapositivas. Se sabía que en el colegio había uno, algunos niños mayores hablaban de haber visto imágenes en su clase con aquel aparato que proyectaba luz y fotografías. Pero, bromas aparte, ese día era especial, y si era por la tarde, todavía mejor.
Me acuerdo de manera feliz como decía al principio, como la misma clase tan cotidiana y humilde, de repente ese día se convertía en una sala de cine, ese al que rara vez ibas. Las persianas echadas, la luz apagada, el murmullo nervioso de la chiquillería que rápido se silenciaba con un rotundo «silencio o lo apago» del profesor. Y así era, silencio sepulcral, la luz blanca potente del proyector haciendo su aparición y, cómo no, algunas palomas chinescas que siempre rompían aquel momento previo que con expectación y nerviosismo infantil precedía al tema en cuestión.
Y de repente… ¡Acción! Imágenes en color, una tras otra, hacia adelante o hacia atrás. Previo ajuste del pertinente foco y lente, y sobre aquel aura de silencio y fascinación, la explicación del profesor, voz en off, que de repente también se salía de lo escrito en el libro de texto para convertirse en historias, en una charla amena y muy gratificante sobre obras de arte, plantas, animales, fotografías de viajes… Temas que hacían, casi por arte de magia, que los 35 niños inquietos de aquella clase de 5º de EGB permaneciésemos callados y quietos las dos horas de lo que solía ser una interminable tarde de colegio.
Qué fácil era entusiasmar a los niños en aquella época. Qué gusto recordar aquellas tardes de diapositivas y de proyector que tan buenos recuerdos me dejó y que sin duda debimos usar mucho más.
Juan de la Cruz Ordóñez
- MATERIAL / SOPORTE: Proyector de diapositivas
- CONTEXTO CULTURAL: Experiencia vivida en los años ochenta, EGB.
- AUTORÍA: Nadie o muy pocos se atreven a establecer oficialmente la autoría de la invención del proyector. Aunque hay muchas fuentes que establecen que fue Edison, basándose en el quinetoscopio, creado en 1894 y patentado finalmente en el año 1897.