La antigua Universidad de Baeza (1595-1824)
Baeza fue, desde finales del siglo XV hasta mediados del siglo XVII, una ciudad de importancia en Andalucía y en el conjunto de la corona hispánica. Esto se debió a la pujanza de su economía, al crecimiento y desarrollo de su población, a la relevancia de la Iglesia en la ciudad, así como en Jaén y en Castilla, y a que miembros de la aristocracia local participasen en la vida política y social castellana. Estos motivos fueron los que propiciaron que el clérigo baezano, Rodrigo López, propusiese la creación de unas escuelas para niños, y los que hicieron que esta propuesta se hiciese realidad con la concesión de la bula papal Altitudo Divinae Provindentiae el 4 marzo de 1538. El objetivo de Rodrigo López para fundar estas escuelas era enseñar la doctrina cristiana a los niños. Esta bula nombraba como administradores perpetuos a Rodrigo López, doctor en ambos derechos, y a su hermano Pedro López, Arcediano de Campos en la catedral de Palencia y canónigo de esta ciudad; les concedía la facultad de elegir y nombrar a otros miembros para realizar las mismas funciones que ellos, es decir, redactar estatutos y constituciones, reformarlos y cambiarlos según las necesidades de cada momento; y también les autorizaba a construir todas las dependencias necesarias (capilla y gimnasios donde los niños fuesen instruidos en la doctrina cristiana, lectura, escritura y gramática).
Sin embargo, debido a que ambos hermanos residían en Roma, Rodrigo López tuvo que nombrar como subadministradores al maestro Juan de Ávila, verdadero ejecutor del proyecto, y al clérigo Francisco Delgadillo. A finales de 1539, los hermanos López autorizaron a Diego de Sevilla a comprar a Diego de Molina una casa en la collación de San Pedro. A esta vivienda se unió, en el verano de 1540, otras casas donadas por Francisco Delgadillo, una finca de Día Sánchez de Quesada y la vendida por Andrés de Santisteban a Juan de Ávila. Todo este entramado de viviendas, situadas en el barrio de San Pedro, facilitó que en menos de un año estas escuelas, bajo la advocación de la Santísima Trinidad, comenzasen a funcionar como una fundación privada, ya que estaban sostenidas con los bienes y rentas propios de los fundadores y bajo el impulso espiritual e intelectual del maestro Juan de Ávila. Este proyecto continuó avanzando y creciendo y en 1542 Paulo III concedió, a través de un rescripto de la Sagrada Penitenciaria firmado por el Obispo de Sabino Antonio, a las escuelas de Baeza poderes para expedir títulos de Bachiller, Maestro y Doctor al igual que el resto de las Universidades de Estudios Generales. Además, dicho documento autorizó a los maestros de estas escuelas a ampliar las enseñanzas a los textos de Virgilio, Terencio, Ovidio y otros de humanidades.
Todas estas concesiones permitieron que las escuelas fundadas en Baeza bajo la advocación de la Santísima Trinidad se convirtiesen jurídicamente en una Universidad orientada a la formación de los clérigos. De esta forma, Baeza tuvo la primera Universidad en estar abierta solamente a aspirantes al sacerdocio, ya que desde sus inicios ofertó una formación sacerdotal completa. La Universidad de Baeza estableció su formación dividida en tres ramas diferentes que al final estaban conectadas en un proyecto integral: las escuelas de niños, las de gramática o facultades menores (con sus secciones de mínimos, menores y mayores), y las facultades mayores, Artes y Teología. Estos itinerarios fueron establecidos según los criterios de Juan de Ávila quien no contempló la creación de la facultad de cánones, al contrario de lo que ya habían hecho otras universidades. En 1549, Juan de Ávila dio a Bernardino de Carleval el poder para que escogiese a un canciller para la colación de grados, siendo el elegido Diego Flores -arcediano de Castro del Río-. El 1 de diciembre de ese mismo año, Diego de Flores otorgó los primeros títulos universitarios a varios profesores del colegio, personajes clave en la vida e historia de esta Universidad. El 7 de enero de 1550, Bernardino de Carvelal fue elegido Rector de la Universidad de Baeza hasta 1552. Mientras tanto, Juan de Ávila intentó dejar la Universidad y todos sus aspectos educativos a la naciente Compañía de Jesús, aunque las negociaciones (1551–1556) fueron infructuosas.
En estos primeros años, el devenir de la institución se vio comprometido por la vigilancia férrea que imponía la Inquisición, que prendió a algunos de los maestros, como Bernardino de Carleval y lo llevó a Córdoba. Esta circunstancia hizo que en los primeros años la institución iniciara un despegue lento, acompañado de frecuentes dificultades (Ramis Barceló y Ramis Serra, 2018, p. 26).
El Papa Pío V, a través de la bula Equum reputamuset rationi consonum (17 de enero de 1565), concedió a la Universidad de Baeza la posibilidad de ampliar las cátedras y se le confirieron las jurisdicciones y prerrogativas que ya poseían el resto de las sedes universitarias. Ortega Ruiz (2015) afirma que eran tiempos de pujanza para esta Universidad bajo la influencia y liderazgo, principalmente, de Juan de Ávila, junto a los patronos Bernardino de Carleval y Pedro Fernández de Córdoba y del Rector Diego Pérez de Valdivia. La Universidad de Baeza alcanzó un notable prestigio e influencia más allá de sus fronteras locales y comarcales. Sin embargo, esta etapa de esplendor para la Universidad no estuvo exenta de problemas, ya que siguió estando en el punto de mira del Santo Oficio por ser Rodrigo López, Juan de Ávila y parte de sus discípulos de origen converso, “practicantes de un espíritu reformador y de un fervor predicador que, junto a su formación humanística, los [hacían] sospechosos” (Ortega Ruiz, 2015, p. 16). Baeza fue el lugar donde se afianzó el alumbradismo, motivo por el que la Universidad fue señalada como un lugar infeccioso según una visita que realizó el Santo Oficio en 1588. Estas visitas fueron frecuentes en las décadas de los ochenta y de los noventa y produjeron la apertura de expedientes y la imposición de diferentes penas a varios de los profesores.
Pedro Fernández de Córdoba, uno de los patronos de la Universidad, fue quien dio el impulso definitivo para la construcción de un nuevo edificio, aunque este proyecto no estuvo exento de enfrentamientos. Fernández de Córdoba, partiendo del legado dejado por Pedro López, uno de los primeros administradores, se enfrentó con el sector heredero de Juan de Ávila que gestionaba el patronato de Rodrigo López, aunque al final Fernández de Córdoba absorbió a dicho sector y fue quien tendió a controlar la Universidad. Las obras del nuevo edificio terminaron en 1593, aunque las tensiones entre ambos sectores retrasaron la inauguración hasta 1595. En 1605, ambos sectores firmaron la carta de la Concordia para poner fin al enfrentamiento y en 1609 se aprobaron los nuevos estatutos de la Universidad que sustituyeron a los redactados por Bernardino de Carleval y Pedro Fernández de Córdoba en 1571. El proyecto educativo de la Universidad continuó estando configurado por tres itinerarios: las escuelas de niños, donde se impartían la doctrina cristiana y primeras letras, estaban situadas en las primeras dependencias de la Universidad (barrio de San Pedro); las escuelas menores, o de gramática y latinidad, estuvieron unidas al nuevo edificio de la Universidad; y las escuelas mayores (facultades de Teología y Artes) fueron instaladas en el nuevo edificio ubicado entre el arco de San León y las escuelas menores.
La Universidad de Baeza continuó afianzando su desarrollo y crecimiento, llegando a convertirse en el centro universitario de Jaén y de territorios cercanos. En 1667, este prestigio se vio impulsado gracias al hermanamiento con la Universidad de Salamanca y al reconocimiento de sus cursos y grados por parte de esta. En esta tendencia expansiva, aunque ya terminal, hay que destacar la inclusión de la facultad de Cánones en 1683, aunque solo estuvo vigente hasta 1710. Sin embargo, esta época de expansión y crecimiento se vio frenada en el siglo XVIII debido a los graves problemas sociales y políticos que vivía el país, a los enfrentamientos dentro de la propia Universidad entre patronos y el claustro de profesores, a la estructura arcaica de la institución, a la esclerosis doctrinal y a la falta de recursos económicos. Todo esto propició la pérdida de alumnado, la falta de rigor académico, la relajación en la capacitación del profesorado y, como consecuencia, el desprestigio de la Universidad. Esta situación la llevo a situarse definitivamente dentro del grupo de universidades menores y a sufrir las reformas que se impusieron a estos centros, derivando en la promulgación del decreto de extinción en 1807 y en la clausura definitiva de la Universidad de Baeza en 1824, aunque el edificio siguió siendo un centro educativo de segunda enseñanza. En el siglo XX, ya como Instituto General y Técnico, contó con un personaje de relevancia en el país entre sus profesores, Antonio Machado. En la actualidad este centro es el I.E.S. Santísima Trinidad y entre sus aulas hay una que merece especial atención por ser donde Machado dio clase de Gramática Francesa. En el aula se conserva el mobiliario de la época (pupitres, mesa del profesor, percheros, etc) y puede ser visitada.
Bibliografía
Ortega Ruiz, A. (2015). La Universidad de Baeza. Documentos para su historia. Sevilla: Universidad Internacional de Andalucía. Recuperado de: https://dspace.unia.es/handle/10334/3606
Ramis Barceló, R. & Ramis Serra, P. (2018). Los primeros grados de la Universidad de Baeza (1549-1580). Madrid: Dykinson. Recuperado de: https://e-archivo.uc3m.es/bitstream/handle/10016/27079/primeros_HU43_2018.pdf?sequence=4&isAllowed=y
María Dolores Molina Poveda
Es graduada en Educación Infantil (2015) con un Máster Universitario en Cambio Social y Profesiones Educativas (2016). Actualmente está cursando los estudios de Doctorado en Educación en la Universidad de Málaga. Su tesis doctoral trata sobre la educación vista a través de NO-DO (1943-1981) y sus principales líneas de investigación son el uso crítico de imágenes (fijas y en movimiento) como fuente y como objeto de estudio en Historia de la Educación, centrándose especialmente en cómo mostraba NO-DO las actividades educativas formales y no formales. Asimismo, junto a este medio propagandístico, estudia otras fuentes como publicaciones periódicas de diversa índole que aportan perspectivas distintas al estudio de la historia de la política educativa y de la cultura escolar. Es miembro de la Sociedad Española de Historia de la Educación (SEDHE).