El parvulito
El parvulito fue el libro que sirvió de enlace entre las cartillas donde se aprendía a leer y la famosa Enciclopedia. Antonio Álvarez, maestro y autor tanto de los textos como de la caligrafía, los dibujos e ilustraciones, publicó primero la Enciclopedia y, visto su éxito, se decidió a elaborar un libro para los niños de 5-6 años, para primeros lectores. El Consejo Nacional de Educación lo aprobó en 1958 y a partir de ahí las ediciones fueron numerosas. El mismo autor decía que, sólo de este libro, algunos años se habían vendido 700.000 ejemplares.
El éxito de El parvulito parece radicar en que facilitaba enormemente la vida diaria de los maestros en la clase. El libro constaba de 54 lecciones que abarcaban todos los contenidos. Cada lección tenía dos páginas, en la izquierda había un texto con letra de imprenta muy legible y en la derecha otro más breve con letra manuscrita. Los niños copiaban tanto los dibujos como el texto de la derecha y lo memorizaban. A menudo se incluía una breve poesía o adivinanza que muchos adultos recuerdan décadas después. El mismo autor indicaba qué actividades hacer en las sesiones de mañana y tarde en las clases. Las primeras ediciones eran en dos colores, pero a partir de 1962 se imprimieron a todo color lo que lo hizo más atractivo para niños y maestros.
Carmen Sanchidrián
- DIMENSIONES: 21,5x16cm, 116 páginas
- MATERIAL / SOPORTE: Papel y cartón. Lomo en tela
- CONTEXTO CULTURAL: Años sesenta del siglo XX
- AUTORÍA: Álvarez Pérez, A. (1965). El parvulito. Valladolid: Miñón, 80ª ed
El parvulito. Mi parvulito
El parvulito, y en especial el de Álvarez de la casa Miñón, es un símbolo, un tarro de las esencias que alberga mil sensaciones en su interior. Un referente. A muchas personas de mi edad nos traslada a otra época.
Fue mi primer libro. Antes sólo había usado las cartillas, también de Álvarez, para aprender a leer y escribir. Después vendrían las Enciclopedias… de primer, segundo y tercer grado.
En un solo objeto, en él, se acumulan imágenes de una parte importante de mi vida infantil. De mi escuela. De unas vivencias ya bastante lejanas.
Son recuerdos de mi primer colegio … el «Colegio San Miguel«, ubicado en el barrio de Huelin de Málaga.
Son los de un grupo de chavales aprendiendo y divirtiéndose en aquella España de los años sesenta. Del director del colegio D. José González Rosado. De las clases en aquellas «casas mata» unidas y adaptadas como aulas. De los mapas en la pared blanca desconchada. Del frío y del calor que se pasaba.
De las mañanas leyendo y escribiendo con mi primer «boli» en el pupitre de madera de dos asientos con mi compañero y amigo Carlos Quesada Rodríguez.
De la cantinela para aprender juntos las tablas de multiplicar, y de las repeticiones para recordar y no fallar con las capitales de Europa y del mundo.
De los días de lluvia, oscuros, con la clase iluminada tan sólo con un par de bombillas de 40. Y después mi madre a la salida esperándome con el paraguas para volver a casa y yo con mis botas verdes de goma.
También de los recreos que pasábamos en la calle, con el bocata de salchichón y el vaso de «casera» que nos vendía una vecina avispada desde la ventana de su casa, aledaña al colegio, por una peseta (cuando la tenía que no era muy a menudo), jugando en aquella explanada donde años después construirían el colegio «Constitución del 78«.
De las clases de trabajos manuales, por las tardes, en las que era casi imposible terminar el trabajo propuesto, y que después acababa en casa con la ayuda y buen hacer de mi madre.
Del cuadro de honor que se actualizaba cada mes con los apellidos de los alumnos más destacados y que estaba situado en la cabecera de la clase junto a las fotos oficiales y el crucifijo. Y de los vales de mérito que nos daba mi maestro D. Miguel Pérez Rothemund por llevar los libros forrados, por tener las libretas limpias o por contestar con acierto a las preguntas de clase, y que te retiraba si no parabas de charlar o si algún día se te olvidaba el plumier en casa.
Del día que vino el fotógrafo al colegio para hacernos el retrato con una lona de fondo, que parecía una biblioteca, y el teléfono y varios libros y cuadernos en la mesa, como si fuera el director de un banco.
De todo esto y de mucho más…
El parvulito es más que un libro. Para mí es un símbolo de una época que viví.
Quizás muchos de nosotros conservemos, o tengamos simplemente en la memoria, cualquier otro objeto de nuestra infancia.
Hoy, cuando lo hojeo, disfruto con sus textos inocentes, sus dibujitos simples y con su forma antaña de enseñar.
No había otro para abrir esta serie que este. Porque por suerte lo conservo (y ahora está expuesto en una de las vitrinas del MAE). Porque retengo en mi memoria sus contenidos. Las horas que dediqué a su estudio. Los amigos con los que coincidí cuando lo usaba. Es, en definitiva, un trocito de mi infancia.
José A. Mañas