Según nos informamos en el Museo Andaluz de la Educación MAE, “un Real Decreto de 1920 estableció la lectura obligatoria del Quijote en la escuela. La lectura de El Quijote debía `ocupar el primer cuarto de hora de cada día´, al término de la cual el maestro explicaría la significación e importancia del pasaje leído”. Esta es una de las razones por las que en el MAE se exponen diversas ediciones de esta obra literaria junto con algunas esculturas e imágenes.
No sólo se trata del clásico más universal de nuestras letras, sino de la que es para muchos la novela con la que arranca la modernidad de este género, por lo que ha inspirado y sigue inspirando innumerables piezas: Tristan Shandy, de Lawrence Sterne, Joseph Andrew, de Henry Fielding, Jacques el fatalista, de Denis Diderot, Dickens, El idiota, de Dostoievski, Madame Bovary o Bouvart y Pécuchet, de Flaubert, Galdós, Kafka, Thomas Mann, Chesterton, Graham Greene, García Márquez, Carlos Fuentes, Salman Rushdie, Paul Auster, J. M. Coetzee… Y el polen seminal de Cervantes parece inagotable.
Asimismo, es una piedra de toque del pensamiento en nuestra lengua, pues además de los ensayos que se han escrito sobre Don Quijote, desde Unamuno, pasando por Ortega y Gasset, Pedro Salinas, Jorge Luis Borges, Salvador de Madariaga, María Zambrano… Cada año, cada autor o autora que recibe el Premio Cervantes, el más prestigioso que se concede por una trayectoria literaria en la lengua española, el autor o autora reconocido debe reflexionar en el paraninfo de la Universidad de Alcalá sobre la imperecedera obra de Cervantes, que nos sigue iluminando.
Ahora bien, ¿debe leerse El Quijote en la escuela? En mi generación lo leímos en el instituto, en educación secundaria obligatoria. Quienes lo leyeran, claro. No sé si contribuyó a que muchos realmente lo leyeran o lo aborrecieran. Uno acostumbra a recordar a Borges: “Leer es una felicidad, y no se puede obligar a nadie a ser feliz”. Entonces, ¿cómo infectar el virus de la lectura? ¿Qué hacer para propagar los múltiples efectos beneficiosos de la lectura? A fin de cuentas, y ya que no nos han preguntado si queríamos existir o no, no tenemos más remedio que leer mientras vivimos.
Tengo para mí que lo idóneo es la autodisciplina, pero para ello se requiere antes que alguien, pongamos la profesora o los padres, contagien su amor por la lectura, que en el fondo es por los seres humanos, el conocimiento y la vida. Aunque aún no podía paladear las interminables mieles del Quijote, ya en aquella temprana edad experimenté su sabor y sabiduría sin fin, por lo que vuelvo cada cierto tiempo a él, o sea, a mí, a nosotros.
Ortega y Gasset, que andaba en tantos asuntos (“yo tengo que ser, a la vez, profesor de Universidad, periodista, literato, político, contertulio de café, torero, ‘hombre de mundo’, algo así como párroco y no sé cuántas cosas más”, declaraba medio en broma, como sólo pueden decirse las cosas serias), entró en este debate hace ahora 100 años en un artículo titulado igual que este y recogido en El Espectador.
Su posición coincide en principio con Antonio Zozaya, de los primeros en rebelarse contra la Real Orden: “El Quijote no es lectura para párvulos ni para adolescentes… En la escuela no hacen falta ni Don Quijote ni Hamlet”. Sin embargo, no está de acuerdo con el señor Zozaya en que “se lean en la escuela los periódicos con preferencia a toda otra literatura”. Pues según Ortega “esta opinión (…) revela cuáles son las funciones vitales que a su juicio deberán ser más urgentemente educadas. Porque el periódico, añade, no es expresión de la vida, sino sólo de la faz que hoy tiene la vida. El periódico es actualidad y superficie. La vida íntima, personal y profunda se halla casi por entero excluida de él: el periódico hace resaltar sólo la vida social, y aún de ésta pone en primer término lo más periférico: la política, la técnica, la economía”.
En cambio, la literatura universal –Homero, Dante, Cervantes, Shakespeare, Goethe, Tolstoi, Proust…– sí nos pueden ayudar a revelarnos la vida íntima y personal de nosotros en particular y de los seres humanos en general. Y de una manera más profunda y rica de la que acostumbramos a hacerlo nosotros. Estas son algunas de las razones por las que leemos: para comprendernos y conocernos, para descubrir las palabras y el orden de las mismas que nos permite comunicar nuestros sentimientos y experiencias a los otros.
No obstante, Ortega y Gasset se opone a que se lea El Quijote en la escuela porque duda acerca de la recepción que puedan hacer los alumnos: “la cuestión está en la capacidad receptiva del niño y la docente del maestro son muy limitadas en volumen, en calidad y en tiempo”. Es decir, es posible e incluso probable que a esas edades no experimenten un buen encuentro con obras de tal enjundia y densidad. Ortega y Gasset añade que “el problema en educación es siempre un problema de eliminación, y el problema de la educación elemental es el problema de la educación esencial”. Formulado en otros términos, ¿qué necesita el alumno aprender a esas y a las distintas edades?
Por lo tanto, ¿qué es preferible, preservar el canon de las lecturas que han sido seleccionadas por la crítica por sus valores artísticos y ético-políticos o bien procurar propiciar buenos encuentros entre los alumnos y la lectura? A falta de una respuesta definitiva o de una receta que acaso no exista dada la ineludible pluralidad de estilos de vida e intereses de los alumnos, no estaría mal ensayar ambas posturas, mantener un equilibrio reflexivo entre lo uno y lo otro.
Sebastián Gámez Millán (Málaga, 1981)
Sebastián Gámez Millán (Málaga, 1981) es licenciado y doctor en Filosofía por la UMA con la tesis La función del arte de la palabra en la interpretación y transformación del sujeto. Ejerce como profesor de esta disciplina en el IES “Valle del Azahar” (Cártama Estación). Ha sido profesor-tutor de Historia de la Filosofía Moderna y Contemporánea y de Éticas Contemporáneas en la UNED de Guadalajara.
Ha participado en más de treinta congresos nacionales e internacionales y ha publicado más de 160 artículos y ensayos sobre filosofía, antropología, teoría del arte, estética, literatura, ética y política. Es autor de Cien filósofos y pensadores españoles y latinoamericanos (Ilusbooks, Madrid, 2016), y del reciente Conocerte a través del arte (Ilusbooks, Madrid, 2018). Ha colaborado con artículos en doce libros, entre los cuales cabe mencionar: Ensayos sobre Albert Camus (2015), La imagen del ser humano. Historia, literatura, hermenéutica (Biblioteca Nueva, 2011), La filosofía y la identidad europea (Pre-textos, 2010), Filosofía y política en el siglo XXI. Europa y el nuevo orden cosmopolita (Akal, 2009). Ha comisariado dos exposiciones de arte (La caverna de Platón y La torre de Montaigne), y una de fotografía (Lugares comunes), y escrito para numerosas exposiciones de artes.
Escribe habitualmente en diferentes medios de comunicación (Descubrir el Arte, Café Montaigne, Homonosapiens, Claves de la Razón Práctica, Sur. Revista de Literatura, CASC…) sobre temas de actualidad, educativos, filosóficos, literarios, artísticos y científicos. Le han concedido cinco premios de ensayo, cuatro de poesía y uno de microrrelatos, entre ellos el premio de Divulgación Científica del Ateneo-UMA (2016) por Un viaje por el tiempo.