De Hogar del Productor a Museo Andaluz de la Educación
La apertura de un museo conlleva siempre la difícil tarea de ser capaces de observar, analizar e interactuar con la temática a la que está destinada el espacio. A ello hay que sumar la aceptación tanto histórica como arquitectónica del edificio pues, por lo general, suelen ser espacios de nueva creación que necesitan de ser identificados en el conjunto urbanístico en el que se levantan, principalmente por los vecinos y los residentes del entorno en el que se ubica. Esto es, la presencia de un nuevo edificio ex profeso va a crear siempre interrogantes tanto para los que lo visiten desde fuera como los que lo hagan desde el interior. Determinar si se ha construido, reconstruido o habilitado el espacio ideal o idealizado que todos tenían en mente para ese uso museístico digamos que es todo un reto difícil para el visitante.
En el caso que nos ocupa, el edificio que alberga el Museo Andaluz de la Educación (MAE) parte, para todos los que lo visiten, al menos desde Alhaurín de la Torre, de una posición de clara ventaja, pues no en vano el edificio fue siempre desde su construcción un espacio destinado a uso educativo, cultural, si quieren, siempre y en todo momento, a espacio formativo y de fomento de la cultura y el conocimiento.
Desde su inauguración en diciembre de 1952, el Hogar del Productor, que surgía bajo el manto protector de las Hermandades Mixtas de Labradores y Ganaderos, hasta nuestros días, 2019, donde el espacio se ha reconvertido en el Museo Andaluz de la Educación, han sido casi setenta años en los que el actual Museo ha sido sede de escuelas Unitarias, de biblioteca y ahora de museo. Estamos pues en condiciones de afirmar que todos los vecinos no tendrán dificultad alguna para llevar a cabo un rápido proceso identitario en el siempre difícil proceso de aceptación de un nuevo espacio, en este caso un nuevo museo ya que el edificio y la percepción del mismo se funden en un solo elemento: el saber que la construcción siempre tuvo un uso cultural, académico, formativo, pedagógico.
La ausencia de recursos económicos por los que atravesaban no solo la localidad de Alhaurín de la Torre sino también la mayoría de las poblaciones españolas a mediados de los años cincuenta del pasado siglo, hizo muy difícil la construcción de edificios que albergaran las escuelas unitarias o mixtas. Sin embargo, en Alhaurín de la Torre, los pocos más de 5.000 vecinos que por entonces residían en la localidad fueron testigos privilegiados al poder comprobar en su término municipal la aparición de edificios escolares, tanto de iniciativa pública como privada, de muy diversa tipología.
Así a comienzos de la década de los cincuenta, concretamente en diciembre de 1952 abría sus puertas el Hogar del Productor, un edificio que se convertía en un espacio para albergar actos, desarrollar eventos y realizar cursos en favor de los miembros que formaban parte de la Hermandad Mixta Local de Labradores y Ganaderos. Desde un primer momento fueron los socios de la Hermandad los que no ahorraron esfuerzos y apostaron fuerte porque aquel espacio se pudiese convertir también en un escenario que irradiara conocimiento en favor de sus hijos. Para ello se pusieron en marcha todos los mecanismos necesarios para desarrollar una pequeña biblioteca que permitiera fomentar la lectura entre los niños.
Seis años más tarde, en 1958 los miembros de la Hermandad de Labradores seguían empeñados en que ese espacio pudiera consolidarse totalmente como un espacio exclusivo para la formación de los niños de la localidad. Tras numerosas gestiones, en septiembre de 1959 comenzaba el primer curso escolar la Escuela Unitaria de niños nº 3 del Patronato de la Hermandad de Labradores y Ganaderos. Y lo hacía teniendo como maestro a Cristóbal Ortega Martínez que acabaría su actividad profesional como inspector de Enseñanza Primaria en la ciudad de Málaga tras haber ampliado su formación en Pedagogía Terapéutica en la capital de España.
Esos intereses de los miembros de la Hermandad de Labradores por convertir ese espacio en un lugar íntegramente formativo daba un paso de gigante, habida cuenta de los años en los que nos movemos, al año siguiente, en 1960. En ese momento, a esa Unitaria de niños nº 3 había que sumar la apertura de la Unitaria de niñas nº 3: un mismo espacio se convertía, separado simplemente por unos elementos en forma biombo, en dos escuelas unitarias, una de niños y otra de niñas. Fue María Fernández Díaz la primera maestra que desempeñó la escuela en 1960–1961, el curso de su apertura.
Así se mantuvo hasta 1970 en el que con la llegada de la Ley de Villar Palasí se hacía necesario de contar con edificios mejor dotados para el desarrollo de la Enseñanza General Básica. Hay que tener en cuenta que el espacio de la actual plaza de Santa Ana, lugar que queda delante de la fachada del actual MAE era el espacio reservado para zona de juegos de los niños en sus momentos de recreo, algo totalmente impensable en nuestros días.
En los años noventa y después de permanecer cerrado durante años el edificio volvía a abrir sus puertas como edificio de cultura y formación. Concretamente lo hacía como sede de la Biblioteca Municipal Antonio Garrido Moraga. Así, como biblioteca, con un amplio programa de actividades para los más pequeños y mayores, se ha mantenido ahí hasta abril de 2019 cuando hemos asistido a la apertura del nuevo edificio construido para Biblioteca Municipal Antonio Garrido Moraga que responde mejor a las nuevas necesidades de la localidad de Alhaurín de la Torre con más de 40.000 habitantes.
Por lo tanto, la apertura de este edificio como Museo Andaluz de la Educación merece el aplauso y el reconocimiento de los que amamos y sentimos la Historia de la Educación y de los que amamos la Historia local. Un aplauso que debe ir en diversas direcciones pero donde la administración pública debe llevarse la mayor parte por haber sabido conservar con el paso de los años un edificio en un lugar estratégico de la localidad con el único uso de la formación, de la enseñanza y de la lectura. No sólo se ha mantenido durante más de medio siglo un edificio como espacio cultural, sino que ha sabido resistir los embates que genera siempre la agresiva gestión política en materia urbanística.
Ahora, en estos momentos, a todos los que interesados en la Historia de la Educación nos queda un arduo camino ya que debemos saber conservar, saber dinamizar y, sobre todo, saber dar a conocer este espacio que nunca ha perdido su seña de identidad y hacer, a la vez, que los que lo visiten lo asimilen como algo suyo. En esta tarea no podemos estar solos. Un papel más que significativo deben jugar los vecinos del lugar. Ellos han sido los que más han conocido el edificio del que han formado parte. Han nacido con él, han vivido con él y, lo más importante, los que en él se formaron como alumnos en su etapa primaria lo pueden considerar desde el primer día como parte de sus vidas.
La Historia de la Educación suma así desde Alhaurín de la Torre, para la provincia, para la comunidad y para el resto de España, un elemento más de la educación. Pero en ese elemento, como vengo señalando, tenemos que sumar todos: desde las instituciones hasta los que lo visiten. Y, si me apuran, en los que conformamos el grupo de los actores del ámbito académico y los que conforman el grupo de los visitantes –desde los más jóvenes hasta los más mayores- está la clave para que el Museo Andaluz de la Educación sea un continuo ente vivo. Si nosotros trabajamos y aceptamos lo que somos y lo asumimos como nuestro seremos capaces de movilizar a las instituciones políticas.
No podemos olvidar que los grandes cambios en la historia no suceden por el empuje de los que están arriba, sino por la actividad que irradian los que se sitúan más abajo.
Esperemos que el edificio del MAE como continente y con su importante contenido, siga siendo un referente de cultura, educación y formación. En las manos de todos están los logros y avances que quedan por venir. Deseamos que así sea.
Carlos San Millán y Gallarín
Profesor Asociado de Teoría e Historia de la Educación de la Universidad de Málaga, profesor titular de Geografía e Historia de ESO en el Colegio El Atabal (Málaga), y miembro del Consejo Asesor del MAE. Es doctor en Historia de la Educación con Premio Extraordinario de Doctorado. Posee el título de Máster en La España Contemporánea en el Contexto Internacional por la Universidad de Málaga. Sus líneas de investigación en Historia de la Educación son Historia del Magisterio, Historia de la escuela, Imágenes y Colegios, Magisterio durante la Guerra civil española.
Es miembro del grupo de investigación que dirige la catedrática Carmen Sanchidrián Blanco. Está desarrollando el proyecto de investigación Pizarras Huérfanas en la provincia de Málaga.